Esav y sus secuaces

3 min de lectura

Vaishlaj (Génesis 32:4-36:43 )

Ideas avanzadas basadas en el Midrash y la Cábala.

En el camino de regreso a la Tierra de Israel, Iaakov tuvo mucho miedo. Alguien lo esperaba y planeaba asesinarlo. Años antes, su hermano Esav había jurado que lo mataría, pero Iaakov se había escapado. Durante sus años en el exilio, Iaakov no supo nada de Esav. Ahora, cuando Iaakov regresa a Israel, Esav (que al parecer estuvo esperando su retorno y contaba con servicios de inteligencia en la frontera) sale a su encuentro acompañado por cuatrocientos mercenarios.

Aparentemente, el eje del problema es la Tierra de Israel. Mientras Iaakov permaneció en el exilio, Esav estuvo dispuesto a tolerar la situación. Sin embargo, Esav no estaba dispuesto a aceptar la intención de Iaakov de asentarse en su tierra. De hecho, generaciones más tarde se repitió la misma dinámica: cuando terminó el exilio de los descendientes de Iaakov en Egipto y estos comenzaron a caminar hacia la Tierra de Israel, los descendientes de Esav (los amalequitas) los atacaron con el objetivo de detener su camino hacia la Tierra Prometida.

Rav Soloveitchik comentó que los antisemitas tienen un radar muy sensible a la santidad. Si quieres saber qué es sagrado, todo lo que debes hacer es observar lo que más les molesta a los antisemitas: la circuncisión, la faena ritual y la soberanía judía en la Tierra de Israel son ejemplos actuales.

Por lo tanto, todo el tiempo que Iaakov estuvo lejos de la Tierra de Israel, Esav estuvo tranquilo. Ahora, con el regreso de Iaakov, la confrontación se vuelve inevitable e inminente.

El texto de Parashat Vaishlaj describe en detalle cómo Iaakov se preparó para esa confrontación, pero también describe los preparativos de Esav, y la descripción debería hacernos pensar. A primera vista, la cantidad de secuaces que Esav enrola parece ser un número completamente al azar, carente de todo significado más allá de su impresionante muestra de poder. Sin embargo, ya sea en nivel consciente o inconciente, este número puede contener un mensaje más profundo.

Cuando Dios le prometió a Abraham la Tierra de Israel, el "precio" fue cuatrocientos años de esclavitud que habría que tolerar como "pago" por el derecho a la Tierra.1 Además, cuando Abraham adquirió por primera vez derechos de propiedad sobre la Tierra de Israel, pagó precisamente cuatrocientos shékels de plata a cambio del terreno de la cueva de Majpelá en Hebrón.2 En otras palabras, el número cuatrocientos está intrínsecamente conectado con la Tierra de Israel.

Todos los indicios muestran que Esav planeaba matar a Iaakov y reivindicar su reclamo de la tierra, pero ocurrió algo que entorpeció su plan. De acuerdo con un Midrash, cuando los cuatrocientos mercenarios vieron cara a cara a Iaakov, abandonaron su misión. Al parecer no fue sólo la fortaleza física de Iaakov lo que los llevó a desistir; después de todo, eran guerreros crueles y bien entrenados. A lo que le temieron fue a la santidad de Iaakov. Al acercarse vieron a Israel, a un hombre que había luchado contra un ángel y lo había vencido. Esos brutos sabían pelear, pero no sabían cómo derrotar a semejante adversario. En las palabras del Midrash, los hombres que Esav contrató temieron que el semblante ardiente de Iaakov los quemara vivos.3

De acuerdo con un segundo Midrash, algo similar había ocurrido años antes. Respecto a los ángeles que Iaakov observó en su visión que ascendían y descendían la escalera, el Midrash señala una anomalía en el texto: Si los ángeles son seres celestiales, ¿No tenían que descender primero y luego volver al lugar del que habían venido? El Midrash explica que los ángeles ya habían bajado a la tierra para ver la cara del hombre sagrado sobre el que habían oído hablar, el hombre cuyo rostro estaba grabado en el Trono Divino. Los ángeles se pararon sobre Iaakov cuando él dormía en el suelo, subieron por la escalera para admirar el Trono Divino y luego descendieron nuevamente para comparar la imagen celestial con el rostro de Iaakov.4

Tanto los ángeles como los rufianes que acompañaban a Esav reconocieron de inmediato la santidad de Iaakov. Al parecer también Esav lo vio y por eso abandonó todo pensamiento de reclamar para sí la Tierra de Israel. Esav hizo las paces con su hermano porque le resultó obvio que no se podía comparar con Iaakov, y sin más demoras se alejó, tal como lo habían hecho sus cuatrocientos secuaces. A ellos les quedó claro que la Tierra Santa estaba destinada a ese hombre sagrado y a sus descendientes, los Hijos de Iaakov/Israel.


NOTAS

1. Bereshit 15:13.
2.
Bereshit 23:15.
3.
Bereshit Rabá 78:15.
4. Bereshit Rabá 68:12.

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