La guerra y la paz

4 min de lectura

Ki Tetzé (Deuteronomio 21:10-25:19 )

Ideas avanzadas basadas en el Midrash y la Cábala.

Desde la perspectiva moral, una de las leyes más difíciles de la Torá es la ley de la esposa cautiva. Casarse a la fuerza con cualquier mujer, y todavía más si se trata de un miembro de una nación enemiga que es capturada en el campo de batalla, estremece nuestras sensibilidades en muchos niveles. Para que no consideremos que esto se trata de una ofensa a nuestras sensibilidades modernas alejadas de las costumbres de la sociedad antigua, debemos prestar atención que el Talmud considera que esta ley es "una concesión a la inclinación al mal".1 Durante miles de años, los éticos judíos y los líderes religiosos se sintieron incómodos con esta "concesión" aparentemente contradictoria de la Torá. El consenso entre los comentarios rabínicos sobre esta ley es que su propósito es prevenir una clase de comportamiento demasiado común en la guerra incluso en la actualidad: a las mujeres que se "toma" en la batalla se les deben otorgar todos los derechos y privilegios de una esposa. No se puede abusar de las mujeres que son tomadas cautivas; el soldado no puede excusar su mal comportamiento aludiendo al "ardor de la batalla".

Pero incluso si es así, podemos formular otra pregunta: ¿Cómo es posible que un enemigo vencido se convierta en una esposa? ¿Cómo es posible que un miembro de una nación extranjera de repente se convierta en una "opción matrimonial"? La guerra tiene un componente ideológico. ¿Cómo puede surgir un romance entre una persona que está dispuesta a arriesgar su vida para proteger los ideales por los cuales su nación salió a la guerra y un miembro del campamento enemigo?

Una ley que aprendemos en la parashá previa, Shoftim, nos ayuda a responder estas preguntas. Antes de salir a la batalla, el ejército judío primero debe intentar un acuerdo pacífico: "Cuando te aproximes a una ciudad para hacerle la guerra, le harás un llamamiento de paz".2 Si es posible, se debe evitar la guerra. El enemigo de ayer mañana puede ser un compañero.

Quizás estas oberturas de paz impactan sobre el estado mental de los hombres que salen a la batalla. En vez de sufrir la visión limitada que a menudo afecta a las personas en épocas de guerra, ellos no ven al enemigo en términos absolutos. Cuando la primera opción es una resolución no violenta, la aniquilación absoluta no es el único fin posible. La Torá parece alentarnos (incluso en épocas de conflicto) a no pensar en absolutos, en categorías de blanco o negro.

Por otro lado, la Torá no coloca al pacifismo como una virtud por encima de todo lo demás. Para lograr una resolución no militar, se debe llegar a un entendimiento: el enemigo debe aceptar el derecho del pueblo judío a la Tierra de Israel; debe aceptar la soberanía judía sobre su tierra, además de aceptar la moralidad básica encapsulada en las siete leyes noájidas. Si estas condiciones no se cumplen, debemos luchar, tranquilos por saber que hicimos todo lo posible para evitar un derramamiento de sangre sin comprometer la integridad moral de nuestra patria.

Teniendo esto en mente, entendemos mejor otra ley que aparece al final de la parashá de esta semana, una ley que fue provocó mucho debate y autoanálisis: el mandamiento de destruir a Amalek.3

Hay cierto debate respecto a si esta ley es absoluta, si el mandamiento de aniquilar a Amalek4 involucra a todos y a cada uno de los miembros de la nación o si, alternativamente, el mandamiento sólo se refiere al rey y a otros líderes de la nación amalequita.5 En ambos casos, el mandamiento de borrar a Amalek debe considerarse bajo la luz del requerimiento de extender una propuesta de paz antes de ir a la guerra.

De acuerdo con algunas autoridades rabínicas, el mandamiento de invitar a nuestros enemigos a hacer la paz pertenece sólo a las "guerras optativas" (miljemet reshut) , aquellas que se luchan por propósitos de expansión territorial o económica; pero ese requerimiento no existe en las guerras "obligatorias" o existenciales (miljemet jová).6 Sin embargo, otras autoridades consideran que buscar una resolución pacífica, no violenta del conflicto, es una obligación respecto a todas las guerras.7 El Rambam8 va todavía más lejos y califica la batalla contra Amalek como una guerra que sólo se lleva a cabo cuando no se logra una solución pacífica. En la tradición judía, Amalek representa el epítome del mal, pero incluso en ese caso el Rambam entiende que la Torá legisla la erradicación del mal y no la erradicación de quienes actúan mal. Aquí emerge una dialéctica fascinante: se nos ordena erradicar el mal del mundo eliminando las ideologías y las prácticas malvadas, pero al mismo tiempo debemos hacer todo lo posible para salvar a las personas que actualmente están involucradas en esos comportamientos y creencias. Tenemos que odiar el mal, pero no debemos verlo como algo absoluto, como las cualidades definitivas y abarcadoras de individuos o pueblos, ni siquiera en nuestros enemigos.

Este enfoque nos ayuda a entender las complejidades que debían enfrentar los guerreros judíos al prepararse para la batalla. La dialéctica emocional y espiritual creada por la ley de la Torá se traduce en nuestro enfoque de las otras naciones y religiones, ya sean amigas o enemigas. Si el enemigo de hoy puede someterse a la metamorfosis ideológica necesaria que le permite convertirse mañana en nuestro aliado, la distancia para convertirse en "una posibilidad matrimonial" es mucho menor de que lo que parecía en un primer momento. Una batalla que comenzó con la posibilidad de hacer la paz, puede dar lugar a emociones basadas en el potencial para la camaradería, la amistad e incluso un posible amor.


NOTAS:

  1. Talmud Bavli, Kidushín 21b

  2. Devarim 20:10

  3. Devarim 25:19

  4. Ver, por ejemplo, los comentarios sobre este versículo del Rav Jaim Paltiel, miembro de la escuela de los Tosafot

  5. Ver Ibn Ezra, Shemot 17:14; Haemek Davar, Devarim 25:19

  6. Rashi, Devarim 20:10

  7. Rambán, Devarim 20:10

  8. Leyes de los Reyes, capítulo 6:1,4

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