Un "desvío" sagrado

4 min de lectura

Itró (Éxodo 18-20 )

Ideas avanzadas basadas en el Midrash y la Cábala.

Los judíos llegaron al Monte Sinaí seis semanas después de salir de Egipto. En retrospectiva, este destino parece obvio. ¿Pero cuán obvio era para quienes participaron del viaje? ¿Acaso ellos sabían que había planeada una parada en el camino a Israel? ¿Entendieron por completo el objetivo de esa parada?

Podemos decir que el Éxodo tuvo dos objetivos interrelacionados. El primero era poner fin a cientos de años de esclavitud y sufrimiento. El segundo era llevar de regreso a los judíos a su tierra ancestral, a la tierra prometida a sus patriarcas.

Desde el comienzo, estos dos objetivos estuvieron entrelazados en la visión y la comunicación que recibió Abraham, la que forjó un pacto entre él, sus descendientes y Dios (Bereshit 15:13-21). El pacto declaró que después de años de dificultades, la Tierra de Israel sería nuestra. Sin embargo, la parada en el Monte Sinaí sólo se le mencionó a Moshé, varias generaciones más tarde:

Y cuando hayas liberado al pueblo de Egipto, ustedes servirán a Dios en esta montaña (Shemot 3:12).

La naturaleza de esta parada en el Sinaí nunca se explicó. No podemos evitar preguntarnos si los judíos sabían que formaba parte de su itinerario.

Durante los diversos intercambios con el Faraón, Moshé habló de servir a Dios y celebrar una festividad en el desierto, pero al leer el texto uno puede sentirse tentado a pensar que eso era un mero pretexto para convencer al Faraón para que diera a los judíos una licencia de tres días. Moshé argumentó que a los judíos les sería imposible servir a Dios en Egipto, aunque eso fue precisamente lo que hicieron en la escena final antes del Éxodo. En la noche de Pésaj, los israelitas ofrecieron sacrificios a Dios y celebraron la primera festividad judía, en Egipto. ¿Era realmente necesario ir al desierto para comunicarse con Dios? Por otro lado, ¿los esclavos emancipados no podían ir directamente hacia su destino final y recibir allí la Torá? ¿Había alguna razón intrínseca para tener que visitar el Monte Sinaí?

Moshé estaba familiarizado con el lugar. Allí había experimentado una revelación personal; ese era el lugar en donde había recibido sus "instrucciones de operación". Todavía más: era un lugar en el que había observado algo milagroso, algo que estaba por encima de las leyes de la naturaleza. Se le había informado que ese lugar era "suelo sagrado" (Shemot 3:5).

También los judíos experimentarían allí una revelación. También ellos recibirían sus "instrucciones" y se familiarizarían con la santidad, especialmente en el Monte Sinaí.

Si bien no podemos imaginar al judaísmo sin la ley, la parada en el Monte Sinaí fue mucho más que simplemente el lugar donde se nos transmitió la ley. El escenario elegido para la revelación de la Ley fue muy específico; la santidad del Sinaí era un elemento integral de la ley que recibirían, porque no se trataba simplemente de un grupo de leyes cuyo objetivo era regular el funcionamiento adecuado de la sociedad. Si el pueblo judío tenía ilusiones de ser una nación como cualquier otra, esa creencia se desvaneció apenas recibieron las instrucciones de los preparativos necesarios para recibir la Ley.

Ahora, si me obedecen fielmente y respetan Mi pacto, serán Mi posesión atesorada entre los pueblos. De hecho, toda la tierra es Mía, pero ustedes serán para Mí un reino de sacerdotes y una nación sagrada. Estas son las palabras que les hablarás a los hijos de Israel (Shemot 19:5-6).

Algo nuevo pasaría a ser el centro de esa nueva comunidad: la santidad, la relación con la santidad, la conciencia de lo sagrado. Los preparativos para recibir la Torá giraron en torno a la santidad, porque la nación debía ser santa para llegar a la conciencia de la santidad. No serían sólo una nación, sino una nación sagrada, un reino de cohanim.

Los mandamientos que recibieron después no se referían exclusivamente al servicio Divino en el sentido clásico de ritual, plegaria o sacrificio. Es cierto que algunos de los Diez Mandamientos giran alrededor del servicio a Dios, incluyendo la creencia en un Dios y la prohibición de hacer idolatría. Sin embargo, ser sagrados incluía emular a Dios al observar el Shabat. Incluía cosas inesperadas, como honrar a los padres, y también leyes para crear una sociedad justa. Alejándose por completo de otros sistemas de creencias, la Ley que recibirían en el Sinaí describía al asesinato, el robo y la codicia de los bienes ajenos no sólo como transgresiones en contra de otras personas, sino también en contra de Dios. La Torá prohíbe esos actos porque somos sagrados, tan sagrados como las víctimas potenciales de esos pecados, y porque el Dios que nos designó como sacerdotes exige ese nivel de comportamiento.

La experiencia de la esclavitud nos hizo más sensibles al sufrimiento de los débiles y de los privados de derechos. Como fueron esclavos, los judíos pudieron imaginar que las leyes que recibirían estarían diseñadas para promover un plan educativo a largo plazo de sensibilidad hacia los demás, particularmente hacia los miembros más débiles de la sociedad. Sin embargo, la parada en el Sinaí hizo mucho más que eso: le presentó a toda la comunidad la conciencia de la santidad. Esta conciencia única imparte una perspectiva completamente nueva de la sociedad humana. La Torá se nos entregó en el Sinaí, un lugar de santidad, y no en ninguna otra parte, para enseñarnos que tratarnos mutuamente con decencia forma parte del servicio a Dios. Ese es el cómo y el por qué de ser una nación de cohanim, una nación sagrada.

Por lo tanto, la clave del judaísmo no es el humanismo secular. Por el contrario, el judaísmo es el compromiso con la santidad. Esto incluye ver la santidad en los demás y dedicarnos a respetar esa santidad. Incluye la dedicación a crear y mantener una sociedad sagrada y vibrante. Este es el concepto que debía ser interiorizado antes de entrar a la Tierra de Israel, para que pudiéramos vivir como un pueblo sagrado en una Tierra sagrada.

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