Una vida que vale la pena compartir

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Bereshit (Génesis 1:1-6:8 )

Adam fue creado en los albores de la existencia y tenía el mundo entero a su disposición. Sin embargo, eso todavía no era suficiente. Dios dio Su sello de aprobación al final de cada día al afirmar que lo que había creado era "bueno". Pero en este punto, por primera vez, la Torá describe algo que es todo lo contrario: "No es bueno que el hombre esté solo" (Génesis 2:18). No se da ninguna razón para esta declaración, quizás porque las implicaciones de la soledad son obvias: no importa cuánto tengamos, es inútil si no tenemos con quién compartirlo y no importa cuánto hagamos, todo parece inútil si no hay reconocimiento. Incluso la palabra jaim, vida, está en plural, lo que implica que por definición necesitamos a otros para que la vida sea completa.

Dios decidió que el remedio para el hombre era un ezer kenegdó, o una "ayuda opuesta a él", y con esta extraña definición afirmó que la vida ideal es compartida. Entonces tuvo lugar la primera "cirugía" de la que hay registros, y con la creación de la mujer se originó la humanidad. Adam se despertó y pronunció su primera declaración que quedó registrada: "Esta vez es hueso de mi shuesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer (ishá) pues del varón (ish) ella fue tomada" (Génesis 2:23).

Aparentemente el hombre fue creado directamente de Dios y la mujer fue creada directamente del hombre. Sin embargo, en el texto hebreo hay un matiz esencial que puede perderse en la traducción. Previamente, el único título usado para un ser humano era Adam, que deriva de adamá, que significa "tierra", y alude a la naturaleza estática de la humanidad. Pero con la declaración de Adam, se sugiere un cambio. Ahora el hombre es llamado ish, de la misma raíz etimológica que la palabra esh o "fuego", lo que implica pasión o movimiento.

Quizás la Torá propone aquí algo trascendental. Adam primero necesita percibir a su contraparte como una ishá antes de poder desarrollar su potencial como un ish. De esta forma se crea una gran paradoja: la autodefinición genuina no se puede lograr solo, por uno mismo. Sólo se puede lograr plenamente dentro del contexto de un otro. Lo que ocurrió en el caso de los dos primeros seres humanos, se extiende a cualquier relación. Para reconocerse verdaderamente a sí mismas, las personas necesitan compañía:

Dos pueden más que uno… Si uno cae, el otro levantará a su compañero… Si dos se acuestan juntos se calientan entre sí, pero ¿cómo puede uno calentarse solo? (Eclesiastés 4:9-12)

Teniendo esto en mente, podemos preguntarnos por qué inicialmente Dios describió a la primera mujer como un ezer kenegdó, una "ayuda opuesta a él". ¿Acaso los términos "ayuda" y "opuesto" no parecen ser contradictorios? Rashi cita el Talmud que declara que, si el hombre lo merece, ella será una "ayuda"; de lo contrario ella se "opondrá a él". Esto implica que la mujer es una cosa o la otra (Rashi sobre Génesis 2:18, Tratado Ievamot 63a). La descripción de la mujer por un lado como una "ayuda" y por otro lado como "opuesta a él" depende del mérito del hombre respecto a la mujer.

Sin embargo, si contemplamos la idea de que el hombre volvió a nacer como un ish cuando Dios creó a la ishá, estos términos aparentemente contradictorios pueden entenderse de otra manera. Dios escogió el término ezer kenegdó no para implicar una contradicción sino una relación de causalidad: ella es una ayuda debido a que es su opuesto. A veces un compañero necesita proveer ayuda o apoyo directo, mientras que otras veces un compañero tiene que adoptar el enfoque opuesto y proveer un enfoque objetivo para ayudarnos a refinar el pensamiento y el comportamiento. De la misma forma que necesitamos un espejo para conocernos realmente a nosotros mismos, también necesitamos al otro para brindarnos un reflejo genuino de nosotros mismos. La mujer le provee al hombre, tal como el hombre le provee a la mujer, la oportunidad de amar, de compartir y de descubrirse a si mismo. Solos, somos incapaces de lograr estas cosas por completo. Este paradigma de la forma en que los individuos se relacionan se extiende a la familia, los amigos, los colegas, las comunidades e incluso a los extraños.

A través de la sencillez y la sutileza del idioma hebreo, aquí queda retratada la creación de los padres de la humanidad. Esto ilustra la relación fundacional, de la que puede aprender toda la civilización, entre ishá e ish, la mujer y el hombre renacido. Idealmente, cada uno sirve como un ezer kenegdó, una ayuda opuesta a su contraparte, dentro de la existencia reflexiva de jaim… ¡Una vida que vale la pena compartir!

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