Tu crecimiento personal debe involucrar a Dios

3 min de lectura

Vaerá (Éxodo 6:2-9:35 )

Enseñanzas sobre crecimiento personal basadas en la parashá de la semana.

“Y le dijo Moshé a Dios: ‘Señor mío, no soy un hombre de palabras, desde ayer, desde anteayer, desde que comenzaste a hablar con Tu siervo, pues soy de boca y de lengua pesada’. Y Dios le dijo: ‘¿Quién le pone boca al hombre, o quién lo hace mudo o con los ojos abiertos o lo hace ciego? Yo. Y ahora ve y estaré en tu boca y te enseñaré lo que hablarás’” (Shemot 4:10-12).

“Y habló Moshé delante de Dios diciéndole: ‘Los hijos de Israel no me escucharon, cómo me escuchará el faraón si yo tengo los labios cerrados’” (Shemot 6:12).

Recordando un poco los eventos: Dios le dice a Moshé que vaya a Egipto y le pida al faraón que deje salir al pueblo de Israel. Moshé se niega argumentando que él no es la persona adecuada para hacerlo, pues “no es un hombre de palabras… soy de boca y de lengua pesada”. Dios le responde que no se preocupe, que Él es quien pone la boca a las personas y ojos a los hombres. Uno asumiría que a partir de ese momento Moshé se tranquilizaría, pues Dios lo curaría del problema que tenía. Sin embargo, poco después Moshé le vuelve a decir a Dios que no puede ir a hablar con el faraón, pues “tengo los labios cerrados”.

¿Qué pasó entonces con el ofrecimiento de Dios de curar a Moshé? ¿Acaso Dios no cumplió su palabra? El Rambán responde (en Shemot 4:10) que efectivamente Dios le dijo a Moshé que podía curarlo,1 pero no lo hizo porque Moshé no se lo pidió. Tanto era el deseo de Moshé de no ir a hablar con el faraón, que ni siquiera le rezó a Dios para que lo curara y como Moshé no le pidió a Dios que lo curara, entonces simplemente Dios no lo curó.

La implicación es terrible: lo ideal era que Moshé hablase directamente con el faraón. Después de todo, ese era el plan Divino original. Para poder hacerlo, era necesario que Moshé fuera curado de los “labios cerrados”. Aún así, dado que Moshé no le pidió a Dios que lo curara, Dios no lo hizo.

Parte esencial de nuestro proceso de crecimiento personal debe incluir rezar a Dios para que nos ayude a lograrlo. Quizás Dios desea que mejoremos cierta área de nuestra personalidad, quizás, de acuerdo al plan Divino, Él quiere que nosotros logremos corregir esa área y corrijamos ese defecto que tanto nos estorba para seguir creciendo y avanzando, pero si no le pedimos explícitamente a Dios que lo haga, Él simplemente no lo va a hacer.

Esta idea posee un corolario importante: el crecimiento personal debe incluir a Dios en el proceso. Con mucha frecuencia asumimos que el crecimiento personal es algo que nos debemos a nosotros mismos, que debemos llevarlo a cabo como parte de nuestro desarrollo, que es parte de nuestra salud emocional para poder mejorar nuestras capacidades, nuestras relaciones interpersonales o tener más éxito en nuestra vida profesional. No es así: el crecimiento personal es también parte de nuestra relación con Dios y, por lo tanto, debemos incluirlo en nuestros esfuerzos. ¿Cómo lo involucramos a Él? Rezándole y pidiéndole que nos ayude a mejorar esa área que queremos cambiar.

De hecho, los sabios lo dicen explícitamente:2 “El malvado acecha al justo y busca matarlo, pero Dios no lo abandonará en su mano” (Salmos 37:33). Es decir, si no fuese por Dios que nos ayuda constantemente, el malvado (el iétzer hará, según los sabios) tendría éxito en destruir nuestros esfuerzos de mejorarnos. Afortunadamente, Dios no nos abandona en las manos del iétzer hará.

Dios busca ayudarnos y lo hace continuamente, pero debemos pedirle que lo haga. De este modo nuestro crecimiento personal se vuelve parte de nuestra relación con Él y adquiere un carácter espiritual, más allá de simplemente tratar de ser mejor persona en un nivel emocional.


1 Según el Rambán, los “labios cerrados” requerían ser curados y el problema de comunicación de Moshé no era simplemente una falta de capacidad de persuasión al faraón.

2 En Sucá 52b.

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