Ama a tu prójimo

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Kedoshim (Levítico 19-20 )

“No te vengarás y no guardarás rencor hacia un miembro de tu pueblo, amarás a tu prójimo como a ti mismo, yo soy Dios” (Vaikrá 19:18).

Nuestros sabios (Yerushalmi, Nedarim 9:4) identifican una mitzvá como el principio fundamental sobre el cual está basado toda la Torá: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Para entender cómo cumplir esta crucial mitzvá apropiadamente, debemos responder las cuatro siguientes preguntas:

1. ¿Cómo puede la Torá legislar una emoción y obligarnos a amar?

2. ¿Cuál es el objetivo de las palabras, aparentemente innecesarias, “como a ti mismo”?

3. ¿Por qué esta mitzvá es precedida por las prohibiciones adicionales de “No te vengarás y no guardarás rencor”? Es muy poco común tener tres mitzvot diferentes en un mismo versículo.

4. ¿Por qué concluye el versículo con las palabras “Yo soy Dios”?

¿Es imposible obligar a amar?

Obligar a amar nos parece imposible. Sin embargo, es algo que todos hacemos.

Imagina a un hijo diciéndole a su padre: “¡Odio a mi hermana!”.

Ningún padre responderá: “Está bien, no pasa nada si odias a tu hermana”. Sino que probablemente dirá: “¡No hables así! ¡Tienes que amar a tu hermana!”. Sabemos que nuestros hijos deberían amarse unos a otros, incluso si uno tomó sin permiso el lápiz del otro, o el iPad o el sweater. Nada debería interponerse entre su amor.

El padre no está solamente sugiriendo que el hermano ame a su hermana, lo está exigiendo. No es sólo preferible que los hijos se amen unos a otros, así como no es opcional que los padres amen a sus hijos. Pero, ¿cómo llegamos a amar a un hermano, o a un hijo?

Responderás que los padres aman a sus hijos naturalmente. Ahora, ¿y si el niño resulta ser un asqueroso malcriado? “No importa”, dirás. “Siempre encontrarán algo por lo que amarlo”.

Definimos amor como ‘el placer emocional de apreciar las virtudes de otra persona, e identificarla con esas virtudes’. Con nuestros hijos, estamos naturalmente comprometidos a enfocarnos en esas virtudes y a minimizar sus defectos. “Mi hijo tiene un corazón de oro, ¿qué importa si es un poco hiperactivo?”. Entonces los amamos, más allá de todo.

La realidad es que el amor es una decisión: si decidimos enfocarnos en las virtudes de los demás, los amaremos, pero si elegimos enfocarnos en sus defectos, esas personas nos generarán repulsión.

Este entendimiento del amor es la base de un matrimonio saludable. Cuando dos personas se casan, aprecian las virtudes del otro y comienzan a construir una relación amorosa. Sin embargo, más del 50% de los matrimonios terminan en divorcio, mientras que muchos de los que siguen casados no viven exactamente una bendición. Cuando se casaron estaban locamente enamorados. ¿Qué salió mal? Dejaron de enfocarse en las virtudes del otro, dándolas por sentadas, y comenzaron a enfocarse en los defectos, lo cual llevó a la desilusión.

Toda persona es una mezcla de virtudes y defectos; dónde elegimos enfocarnos y lo que consideramos como la esencia de la persona depende completamente de nosotros. cuando la Torá nos obliga a amar nos está instruyendo que identifiquemos a las personas con sus virtudes. En consecuencia, esto es algo que puede ser ordenado.

Amor: estilo griego

El entendimiento griego del amor está simbolizado por Cupido, que revolotea por ahí y arroja una flecha a dos personas desprevenidas. ¡Bum! ¡Ahora Susana y Diego están enamorados! El entendimiento occidental del amor proviene del griego, viendo al amor como un accidente que te “ocurre”. Pasa o no, pero no lo puedes controlar.

Sin embargo, avanza hacia adelante. Con la misma facilidad que te enamoras, puedes desenamorarte. Pero si el amor de Diego por Susana no está basado en un compromiso por apreciar sus virtudes, entonces, cuando aumentan las dificultades de la vida matrimonial, podría pasar lo siguiente: Un día, después de asumir su amor por Susana durante años, Diego está trabajando horas extra en la oficina junto a Debi, su secretaria. De repente, Cupido se inmiscuye detrás de él y, sin ninguna advertencia, le dispara otra flecha. ¡Bum! Diego se enamoró de Debi.

Diego vuelve avergonzado a su casa y le explica a su esposa. “Lo siento. Me enamoré de mi secretaria. Pero no es mi culpa, no estaba buscándolo, sólo ocurrió, ¡porque ese bribón de Cupido me disparó!”. Su esposa sale de su vida, y entra la secretaria.

Si el amor no es algo que puedes elegir, entonces lo único que puedes hacer para seguir casado es esperar que Cupido no te dispare nuevamente junto con otra mujer. ¿Acaso te sorprende que la tasa de divorcio sea tan alta?

Contrasta esto con la relación entre padres e hijos. Ningún padre cuerdo volvería un día a su hogar y les diría a sus hijos: “Me enamoré de los hijos del vecino. No tosen de noche y obtienen mejores calificaciones. Lo siento, pero ustedes se van. Los chicos de al lado se mudan a casa”.

No nos “enamoramos” de nuestros hijos porque entendemos que el amor no es una ocurrencia. No dejamos de interesarnos por nuestros niños porque nos molestan. Aceptamos la obligación de amarlos a pesar de que, a veces, son mucho más irritantes que nuestra pareja.

Si trajéramos el mismo tipo de compromiso a nuestro matrimonio, nuestro amor continuaría creciendo y profundizándose con el tiempo, al igual que ocurre con nuestros hijos, permitiendo que nuestro matrimonio no sólo soporte los ataques del viento, sino que prospere.

No te vengues, no guardes rencor

El resentimiento envenena el amor. Alguien te lastima, y por meses no puedes verlo sin recordar lo mucho que te hirió. Ese rencor nubla tu visión y te hace completamente incapaz de ver lo bueno de esa persona. Tu resentimiento hace ebullición y tu deseo de vengarte crece, imposibilitándote amar a la persona.

Si quieres amar a tu pareja, a tus padres o a cualquier otra persona, debes abandonar el resentimiento que sientes hacia ellos. Es por esa razón que estas dos prohibiciones preceden a la mitzvá de amar a tu prójimo.

Abandonar nuestros resentimientos no es fácil, pero si vemos a la persona que nos hirió como parte de nosotros, nuestro resentimiento desaparece. Imagina tajear accidentalmente tu mano izquierda mientras rebanas una zanahoria. ¿Tomarías el cuchillo con tu mano izquierda y cortarías intencionalmente tu mano derecha en venganza? Por supuesto que no, porque tu otra mano es parte de ti, y lastimándola te lastimas a ti mismo.

A final de cuentas, la humanidad es un todo. Vengarse de otra persona es tan autodestructivo como cortar tu otra mano con el cuchillo, y esa es la razón por la que la Torá dice que debes amar a tu prójimo “como a ti mismo”. Ver a la otra persona como a ti mismo eliminará el resentimiento que te impide amarla.

Por desgracia, a menudo no nos damos cuenta que todos estamos conectados, y a menudo hace falta una fuerza externa para hacernos entender que somos un solo pueblo. Por ejemplo, los nazis no diferenciaron entre tipos diferentes de judíos. Para ellos, éramos todos un mismo pueblo. Cuando los terroristas de Hamás asesinaron a tres estudiantes de Gush Etzión, todo el pueblo judío se unió. No importó la kipá que usaban; todos sintieron que eran “nuestros chicos”. En aquellos momentos de la vida en los cuales reconoces esta verdad, aférrate a esa percepción, porque es la mejor cura para los efectos destructivos del resentimiento.

Amistad verdadera

El pueblo judío tiene un rico repertorio de historias que inculcan con fuerza los principios de la Torá en nuestros niños. Todo niño judío escucha la siguiente historia, que nos muestra el poder de amar al otro como a uno mismo.

En la época del Imperio Romano, dos niños judíos crecieron juntos en Israel y se hicieron muy amigos. Eventualmente, se mudaron a lugares lejanos, viviendo uno bajo control romano y el otro bajo control sirio. Sin embargo, a pesar de la distancia, continuaron siendo buenos amigos.

Una vez, cuando el amigo de Roma estaba visitando Siria, fue falsamente acusado de ser un espía. Fue traído ante el emperador sirio y, eventualmente, condenado a muerte.

Mientras era sacado para ser ejecutado, el emperador le preguntó si tenía algún último deseo. “Por favor”, imploró, “déjeme volver a Roma para arreglar mis asuntos y despedirme de mi familia. Luego volveré para ser ejecutado”.

El emperador se rió. “¿Estás loco? ¿Qué garantía tengo de que volverás?”.

Respondió: “Tengo un amigo viviendo en Siria que tomará mi lugar hasta que yo vuelva. Será mi garante. Si no vuelvo, lo pueden ejecutar a él en mi lugar”.

El emperador estaba intrigado. “Esto lo tengo que ver. Ok, llama a tu amigo”.

Su amigo en Siria fue llamado y, como se esperaba, aceptó quedar en prisión en lugar de su amigo, arriesgando ser asesinado si su amigo no volvía a tiempo.

El emperador estaba tan sorprendido por este acuerdo que permitió que el hombre de Roma volviera a casa. “Te daré 60 días” dijo el emperador, “pero si no vuelves para el atardecer del día 60, tu amigo morirá”.

El amigo de Roma volvió rápidamente a casa, para despedirse y arreglar sus asuntos. Después de unos días agitados y muchas lágrimas, comenzó el regreso con tiempo de sobra para llegar antes del plazo de 60 días. Pero en esos días viajaban en galeras, y en ocasiones quedaban varados por días esperando el viento necesario. El destino quiso que no hubiera viento durante varios días, el barco se retrasó y para cuando llegó a Siria estaba comenzando el atardecer del día 60.

De acuerdo a lo pactado, los carceleros en Siria sacaron al amigo para ejecutarlo.

Las ejecuciones eran un gran evento, y ya temprano en la mañana la multitud comenzaba a abultarse. Luego, justo antes de ser ejecutado, el amigo de Roma llegó corriendo, gritando: “¡Esperen! ¡Volví! ¡No lo maten! ¡Mátenme a mí!”.

Pero el amigo sirio protestó: “No pueden matarlo a él, llegó demasiado tarde. Yo soy el garante, ¡deben matarme a mí!”.

Ambos eran igualmente inflexibles. “¡Mátenme a mí! “¡No, mátenme a mí!”. Los verdugos no sabían qué hacer. ¡La multitud estaba alborotada!

Finalmente, el emperador convocó una reunión con ellos en su despacho. Les habló a ambos y dijo: “Los dejaré libres a ambos, con una condición: ¡que me hagan su tercer amigo!”.

Esta es la razón por la que “Ama a tu prójimo” concluye con “Yo soy Dios”. Porque cuando hay unidad y amistad entre las personas, para Dios es tan preciado que, por así decir, quiere ser parte de ello. Se convierte en el tercer amigo.

En resumen, amar es decidir enfocarse en y apreciar las virtudes de otra persona. Entonces, puede ser ordenado. Para amar, debemos abandonar el resentimiento y apreciar que estamos todos conectados. Cuando nos unimos con amor, Hashem mismo se une a nosotros. Abandona los resentimientos: “No te vengues y no guardes rencor”, elige amar: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”; y Hashem morará contigo: “Yo soy Dios”.

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