La primera mitzvá: Conocer a Hashem

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Itró (Éxodo 18-20 )

Yo soy Hashem, tu Dios, quien te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud” (Shemot 20:2).

El primero de los Aséret hadibrot, los ‘Diez mandamientos’, es saber que hay un Dios. También es la primera mitzvá en el listado de las 613 mitzvot que compiló el Rambam. Allí él explica:

“El fundamento de todos los fundamentos y el pilar de la sabiduría es saber (leidá) que hay un Ser primero que trajo todo a la existencia. Todos los seres de los cielos, la tierra y lo que hay entre ellos sólo llegó a la existencia a partir de la verdad de Su ser” (Séfer Madá, Hiljot Yesodei HaTorá 1:1).

El Rambam usa específicamente el verbo leidá, ‘saber’, para explicar la obligación subyacente de esta mitzvá. Ahora, ¿a quién le habla esta mitzvá? Alguien que no cree en Dios no cree en un “Mandatario universal”, y sin un Mandatario, no puede haber un mandamiento. Y, quien cree en Dios, ya está cumpliendo la mitzvá. Entonces, esta mitzvá pareciera ser o irrelevante o redundante.

La respuesta es que, la creencia en Hashem, es en un aprendizaje continuo. Esta mitzvá le habla al creyente, y le dice que profundice en el entendimiento de su creencia. Una creencia en Dios basada sólo en las enseñanzas de los padres y los maestros no es suficiente. Hashem quiere que la persona deje de lado la complacencia de su creencia y fortalezca esa convicción fundamental, verificándola por sí misma.

Esto se logra estableciendo una base racional para corroborar lo que se te ha enseñado que debes creer y aceptar. Más aún, al identificar tus preguntas y dudas, y esforzarte para reunir la información necesaria para resolverlas, haces que tu creencia en Hashem ascienda en la escalera de tus convicciones, alcanzando un nivel superior de conocimiento. Esta es la forma ideal de cumplir esta mitzvá, como explica el Séfer HaJinuj (Mitzvá 25):

“Y su uno amerita escalar las alturas de la sabiduría, y su corazón entiende y sus ojos ven la clara evidencia de que la creencia que ha albergado es cierta y evidente, sin que exista otra posibilidad, entonces está llevando a cabo esta mitzvá de la mejor manera posible”.

Una jerarquía de convicciones

El primer paso para mejorar tu creencia en Dios es estimar la fortaleza actual de tu creencia, categorizándola en uno de los cuatro niveles siguientes de convicción:

1. Conocimiento (Deá)

‘Conocimiento’ es claridad absoluta, basada en una abrumadora cantidad de evidencia. Por ejemplo, todos sabemos que tenemos diez dedos y, más allá de lo mucho que alguien intente persuadirnos para que creamos que tenemos once dedos, nuestra convicción permanecerá firme. Este es el nivel de claridad que debemos luchar por alcanzar en nuestra creencia en Hashem, como fue descrito arriba por el Séfer HaJinuj.

2. Creencia (emuná)

El segundo nivel de convicción es lo que llamamos emuná, ‘creencia’. Este, también, está basado en evidencia, pero le falta la claridad absoluta del conocimiento. Por ejemplo, estás dispuesto a aceptar un cheque de un buen amigo sin preocuparte por la posibilidad de que rebote, a pesar de que desconoces el balance exacto en su cuenta bancaria.

La brecha entre conocimiento y creencia puede ser causada por falta de evidencia o por una pregunta irresuelta que socaba la certeza.

Convicciones infundadas

Las dos categorías siguientes de convicciones carecen de cualquier base válida:

3. Condicionamiento social

Toda persona es criada con un cierto grupo de creencias, que varía de sociedad en sociedad. La gente criada en India cree que las vacas son sagradas. Quienes crecen en una sociedad occidental tienden a creer que no hay verdades absolutas. Un árabe nacido y criado en Gaza seguramente creerá que los judíos son opresores malvados. Salvo que examinen la validez de sus convicciones, estas personas permanecerán siendo sólo un producto de su sociedad, ya que sus creencias son meramente un accidente de nacimiento.

Analizar independientemente tus creencias requiere un esfuerzo planificado, por lo que es mucho más cómodo dejarte llevar por lo que piensa tu sociedad y adoptar sus creencias como propias.

4. Fe ciega (emuná tefelá)

La fe ciega es una convicción basada en un deseo físico o emocional de que algo sea cierto. Esta forma de fe carece de todo tipo de evidencia para sustanciar su posición. De hecho, las personas que confían ciegamente están, a menudo, dispuestas a dar un salto de fe que va en contra de la evidencia, contradiciendo sus convicciones. Por ejemplo, un fumador puede decir confiadamente: “Este cigarrillo no me dañará”, a pesar de conocer la abrumadora evidencia de que fumar pone en riesgo la vida.

Utiliza estas cuatro definiciones para estimar la calidad actual de tu creencia en Hashem. Una vez que hayas identificado tu nivel, puedes comenzar a esforzarte para fortalecer tu creencia, ya sea llenando los vacíos de tu entendimiento o buscando respuestas a las preguntas que debilitan tu seguridad en la existencia de Hashem. Si bien esto puede ser incómodo, confrontar tus preguntas fortalecerá tu claridad y disipará tus dudas, mientras que desatenderlas, garantizará que tu creencia nunca sea firme como una roca.

¿Quién es Dios?

Un estudiante de Aish HaTorá desafió en una ocasión a Rav Nóaj Weinberg con la siguiente pregunta. Su hermana estaba viajando con una amiga por Sudamérica. Tuvieron un terrible accidente de tráfico, y la amiga sufrió dolorosas quemaduras en todo el cuerpo. Un cristiano renacido se le acercó para hablarle en el hospital y le dijo que, si aceptaba a JC como su salvador, su terrible dolor terminaría. La amiga lo desestimó y le dijo que se fuera.

Al día siguiente, el cristiano volvió y, de nuevo, le prometió que su dolor terminaría si aceptaba a JC. En un momento de debilidad, ella dijo aceptarlo como su salvador y, por supuesto, su dolor desapareció de inmediato.

El estudiante le preguntó a Rav Weinberg: “Si los milagros son una prueba de la existencia de Dios, ¿no sirve esta historia como prueba para el cristianismo?”.

Rav Weinberg le contestó con la siguiente parábola:

Imagina que la ONU convoca a una conferencia internacional sobre la existencia de Dios. Líderes religiosos y filósofos de gran renombre viajan de todo el mundo para asistir a la conferencia.

En medio de las discusiones, un hombre de aspecto poderoso se dirige al estrado y grita: “¡Silencio!”. De repente, todo el edificio se despega del piso y empieza a levitar.

Todos están sorprendidos. Luego, el hombre dice: “¡Observen!”. Para asombro de todo el grupo, el edificio comienza a volar sobre la ciudad.

“¡Ahora sumerjámonos en el agua!” dice, y el edificio de la ONU se mete en el océano. La gente puede ver peces nadando a través de las ventanas.

“¡Ahora vayamos al espacio exterior!”. El edificio se dirige hacia arriba y aterriza en la luna.

Después de recoger piedras y suvenires de la luna, el hombre dirige el edificio de la ONU de vuelta a la tierra, en donde aterriza en su lugar original.

Todos están sin habla, y el hombre les dice a todos los filósofos y líderes religiosos: “Yo soy Dios, ¡póstrense ante mí!”.

Todos en el cuarto van al piso y se reverencian, implorándole que sea misericordioso con ellos. La única persona que continúa parada es un anciano conserje judío, de ascendencia europea, que trabaja para la ONU. A pesar de los numerosos pedidos de los demás, él continúa de pie y le dice al hombre poderoso: “Señor, no tengo idea cómo hizo lo que hizo, pero usted no es Dios”.

¿Cómo puedes entender la confiada negación del conserje a reverenciarse? Para responder, cambiemos el final de la historia.

Bajan del espacio exterior, y el hombre poderoso dice: “Soy un sapo, ¡reverénciense ante mí!”. ¿Crees que alguien en el cuarto se reverenciaría? Lo más probable es que dirían algo similar a lo que dijo el portero judío: “Señor, no tengo idea de cómo hizo lo que hizo, pero usted no es un sapo”.

Todos saben que un ser humano no puede ser un sapo, porque todos entendemos lo que es un sapo y lo que es un ser humano. El anciano conserje judío tenía un entendimiento de Hashem lo suficientemente claro como para saber que un ser humano nunca puede ser Dios, más allá de los milagros que haga. Pero si no tienes una clara definición de Dios, entonces corres el riesgo de llegar a conclusiones falsas, especialmente cuando hay milagros de por medio. Puede que hasta creas que JC es responsable de la recuperación de alguien cuando, en realidad, no hay ninguna correlación lógica entre las dos cosas.

Entonces, ¿cuál es la definición judía de Dios?

Creador, Sustentador y Supervisor

Hay tres axiomas principales que definen a Hashem, y estamos obligados a entender y creer cada uno de ellos como parte de la mitzvá de saber que Dios existe:

1. Hashem es el Creador del universo, y creó al universo de la nada.

2. Hashem es el Sustentador que, continuamente, hace que exista cada partícula del universo.

3. Hashem es el Supervisor que orquesta todo lo que ocurre.

Cada uno de estos axiomas tiene implicancias importantes en la vida diaria (1).

1. Creador implica que Hashem nos ama

El amor se expresa al dar. Y cuanto más altruista es el dar, más expresa el amor del dador. Cuando un regalo es dado con un motivo ulterior, es manipulación, no amor.

Dado que Hashem es infinito y perfecto, no hay nada que pueda recibir de nosotros. Entonces, Su regalo de crear vida es la expresión de amor más pura posible, y sólo puede ser para beneficio del receptor. Recibimos la oportunidad de desarrollar una relación personal con el infinito Creador del Universo, el regalo más grande posible, y no hay nada que hayamos hecho para merecerlo. De hecho, como dijo el Rey David: “El mundo es construido sobre bondad” (Tehilim 89:3).

2. Sustentador implica que no hay otro poder al cual recurrir

Que Hashem sea Sustentador implica que nada en el universo existe de manera independiente; todo existe sólo porque Dios desea que así sea. Esto implica que apoyarse en cualquier poder o persona más allá de Dios será infructífero porque, a final de cuentas, todos estos poderes son completamente dependientes de Dios. Sólo pueden ayudarnos si Hashem decide obrar a través de ellos, haciéndolos Sus mensajeros. Entonces, sólo tiene sentido ir a la fuente; trata con el titiritero, no con los títeres.

3. Supervisor implica que no hay accidentes

Hashem, en su rol de Supervisor, orquesta todo lo que nos ocurre. Incluso los eventos triviales ocurren por una razón, como enseña el Talmud, que incluso la frustración de tener que meter tu mano una segunda vez en el bolsillo para sacar la moneda correcta es una lección de Dios (ver Brajot 5a).

No hay accidentes, todo lo que nos ocurre es un mensaje personal de Hashem. Dios nos habla constantemente a través de los eventos que ocurren en nuestra vida diaria. Presta atención y escucha.

El pueblo judío sobrevivió como una pequeña minoría en un mundo muy hostil durante más de 2.000 años de exilio. Nos aferramos a nuestras creencias a pesar de la incesante persecución, porque teníamos una absoluta seguridad de que nuestras creencias eran ciertas. Entendimos la base intelectual de nuestras creencias fundamentales, lo que nos permitió rechazar todos los intentos para convertirnos más allá de las terribles consecuencias que enfrentamos. Y es esta claridad de convicción lo que nos permitirá sobrevivir a las incesantes tentaciones de la sociedad secular, así como darles a nuestros hijos un sólido entendimiento de la realidad de Hashem y de Su Torá.


(1) El Séfer HaJinuj incluye los tres aspectos en su explicación de la mitzvá de saber que Dios existe:

a. Creador: “Creer que el mundo tiene un Dios que creó todo…”

b. Sustentador: “…y todo lo que fue, es y será para la eternidad viene de Su poder y voluntad…”

c. Supervisor: “…y Él nos sacó de la Tierra de Egipto y nos dio la Torá…”

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