Poner la sabiduría en práctica

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Nasó (Números 4:21-7:89 )

En la parashá de esta semana encontramos el episodio de la sotá, la mujer cuyo marido sospecha que cometió adulterio. Dicha mujer es llevada al Beit HaMikdash y recibe la posibilidad de elegir: admitir la culpa, o beber las ‘aguas amargas’, que sirven como una prueba milagrosa. Si es culpable, muere en el momento, si es inocente, puede volver a su marido.

Lo que sigue de inmediato es la sección sobre el nazir, aquel que hace un voto de abstinencia que le prohíbe, durante un cierto tiempo, beber vino o entrar en contacto con los muertos. Nuestros sabios explican que las leyes de nazir están yuxtapuestas con las de sotá porque quien ve una sotá en su situación de degradación, y ve en persona lo que puede causar la frivolidad y el vino, debería realizar de inmediato un voto de abstinencia y prohibirse el vino (Sotá 2a).

Ahora, ¿no debería ser quien observa la dura experiencia de la sotá la última persona que necesita ser nazir? Vio en primera plana las horrendas consecuencias del abuso del vino y por ende no quiere caer en lo mismo. ¿Por qué enseña la Torá que, específicamente, quien vio a la sotá debería volverse nazir?

La Mishná dice: “Todo aquél cuyas buenas acciones superan a su sabiduría, su sabiduría perdurará” (Avot 3:12). Eso significa que, si una persona lleva a la acción todo lo que comprende, su sabiduría perdurará. Pero, si comprende algo y no lo pone en práctica, su sabiduría desaparecerá. Como continúa la Mishná: “Todo aquél cuya sabiduría supera a sus buenas acciones, su sabiduría no perdurará”.

Si aprendes algo y no actúas en base a ello, pierdes esa enseñanza. Esa es la naturaleza de la condición humana. Entonces, la persona que ve la degradación de la sotá debe reaccionar de inmediato, debe hacer algo que lo fortalezca en contra de una transgresión similar. Esa es la única manera que tiene para aferrarse a su claridad. En contraste, si no traduce lo que acaba de concientizar en una acción concreta, la inspiración se desvanece y olvida la enseñanza que aprendió, haciéndose susceptible a los peligros de la intoxicación y el escapismo.

Una generación de ingratos

Una de las áreas más problemáticas en donde el hecho de no actuar lleva a la negación es la gratitud. Cuando comencé mi primera Ieshivá, Rav Itzjak Hutner, mi Rosh Ieshivá en la Ieshivá Jaim Berlín, me dio un consejo sorprendente. Dijo: no esperes que tus talmidim (alumnos) tengan nada de hakarat hatov ‘gratitud’. No es la mentalidad de esta generación.

Quedé desconcertado, pero no me llevó mucho tiempo descubrir que, por supuesto, Rav Hutner tenía razón. En la actualidad, los jóvenes ni siquiera les deben algo a sus padres. “¿Qué les debo a mis padres?”, dicen. “¿Yo les pedí nacer?”. Esta falta de gratitud emana de no actuar en base a la conciencia de que, en realidad, sí están en deuda con sus padres; y esto a su vez lleva a la perversa situación de que los niños se sienten traicionados por sus padres si no reciben lo que desean. “¿Por qué no puedo llevarme el auto? ¡Tú no lo estás usando!”.

En generaciones anteriores, incluso los no judíos entendían el principio básico de la Torá de honrar a los padres. Los padres no debían nada, tú estabas en deuda con ellos. Más allá de lo que te hayan hecho, te dieron el regalo de la vida y te trajeron a este mundo. No esperes nada de ellos, porque tú estás en deuda con ellos.

Recuerdo que, de niño, dos hermanos dejaron de hablarse porque uno de ellos convenció a su anciano padre para que se mudara con él, en lugar de compartir la carga con su hermano y que el padre se mudara cada semana. El hermano estaba enojado por perder la oportunidad de cuidar a su padre. En la actualidad, los hermanos se pelearían para evitar visitar a su padre en un asilo de ancianos. “¡Te toca a ti visitarlo! Yo no puedo ir”. Eso es lo que pasa cuando no llevamos a la práctica la gratitud que deberíamos sentir hacia nuestros padres. Pronto olvidamos que les debemos algo, y comenzamos a pensar en lo mucho que ellos nos deben a nosotros.

Interiorizándolo

En contraste, déjenme que les cuente una historia sobre un hombre especial que interiorizó lo que entendía y cambió su vida por completo. Era un hombre joven y atlético, cuando recibió un disparo en una universidad y quedó cuadripléjico. Me dijo que cuando estaba en la cama del hospital, advirtiendo que jamás podría volver a mover sus brazos y sus piernas, lo que se le venía a la mente era: ¿Cuál es la razón de la vida? ¿Vale la pena vivir? Si no puedes mover ni tus piernas ni tus brazos, si no puedes ir a ningún lado, si no puedes hacer deporte, ¿qué sentido tiene estar vivo?

Pasó una hora entera analizando estas preguntas y pensando en lo que significa un logro. ¿Cómo puedo hacer una diferencia en mi vida? Nunca voy a correr, nunca voy a poder alimentarme a mí mismo. ¿Para qué sirve la vida? ¿Para alcanzar sabiduría y entendimiento? ¿Qué hay para entender?

Estaba fascinado con estas preguntas, y pasó la hora siguiente pensando en el sentido de la vida. Luego, de repente, tuvo una epifanía. Si nunca hubiese recibido un disparo y confrontado estas preguntas, nunca me habría detenido para pensar en el objetivo de mi existencia. Estuve corriendo demasiado rápido, sin ir a ningún lado. Con gran determinación, decidió investigar el verdadero significado de la vida.

Luego comenzó a pensar en lo que buscan los seres humanos. ¿Qué quiero? ¿Quién soy? ¿Cuáles son los placeres genuinos que la vida tiene para ofrecer? ¿Cómo puede un ser humano estar sumamente preocupado con ganar dinero, o saltar de un placer sensorial a otro, o estar consumido por lo que la gente piensa de él e ignorar su propia búsqueda de significado? Me dijo que se dio cuenta lo insensatos que podemos ser.

Luego tuvo otra epifanía. ¿Cuál es una mayor tragedia, no poder mover tus manos y tus piernas durante cincuenta años, o pasar setenta años deambulando y conquistando el mundo ignorando el significado de la vida? ¿Cuál es una mayor tragedia, vivir setenta años poseyendo todas tus facultades sin saber el significado de la vida, o ser un cuadripléjico que sabe lo que hace que la vida tenga sentido?

Me dijo que la respuesta fue inmediatamente obvia: qué gran tragedia que es pasar una vida sin saber el objetivo de tu vida.

Y luego, dijo: “Sabe, es bueno haber recibido el disparo”. No le agradeció a Dios en ese entonces, porque aún no sabía que hay un Dios. Pero apreció que era bueno estar vivo, incluso si no puedes mover tus brazos y tus piernas. Entendió que la vida es valiosa y significativa. Y pasó el resto de la vida en búsqueda de significado, llegando eventualmente a ser un judío observante, sumergiéndose en el estudio de Torá y haciendo un kidush Hashem increíble. Todo porque actuó en base a su entendimiento.

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