Dios y los Reyes

4 min de lectura

Shoftim (Deuteronomio 16:18-21:9 )

Cada pasaje de la parashá puede entenderse en muchos niveles diferentes. Está escrito que cuando nuestros antepasados llegaran a la Tierra de Israel, deberían "establecer un rey sobre ellos".1 Pero todo lo que está escrito en la Torá es eterno, para todas las generaciones. ¿Cómo tenemos que entender entonces este mandamiento? En nuestro mundo contemporáneo, ¿cómo podemos designar un rey sobre nosotros? El pueblo judío sólo tiene Un Rey: Dios Todopoderoso. Durante los días de las Altas Fiestas, la plegaria de Shajarit comienza con la palabra HAMELEJ – EL REY. Nuestros Sabios se estremecían cuando el cantor pronunciaba esas impresionantes palabras declarando que Dios es nuestro Rey, Quien reina sobre nosotros.

Tanto cuando estamos en la privacidad de nuestro hogar, en el trabajo o de vacaciones, debemos recordar establecer al Rey (Dios) sobre nosotros. El Rey David enseñó: "Shiviti Hashem lenegdí tamid – siempre tengo a Hashem frente a mí".

Sin embargo, cuando el pueblo se estableció en la Tierra de Israel y le pidió al profeta Shmuel que nombrara un rey para ellos, Shmuel reaccionó con enojo. Lo que le molestó a Shmuel no fue su pedido sino la manera en que lo formularon: "Establece para nosotros un rey para juzgarnos, como todas las naciones",3 dijo el pueblo. El problema fue que su intención era literal: ellos querían imitar a sus vecinos paganos. El problema no fueron las palabras. Su intención debería haber sido: "Danos un rey que nos inspire a comprometernos más con Dios, que nos guíe en nuestra vida de Torá".

Una vez más, aquí hay una lección también para nosotros. Nuestro objetivo nunca debe ser imitar a las naciones entre las que habitamos, sino seguir nuestro propio camino, vivir bajo la luz que recibimos en el Sinaí. Esto es a lo que debemos aspirar, para que todo lo que logremos esté comprometido con un servicio elevado a Dios.

NUNCA PIENSES QUE ERES MÁS INTELIGENTE

Dios dio tres mandamientos que pertenecen específicamente a los reyes. Él expuso las razones para estos mandamientos, lo que es inusual, porque la Torá rara vez presenta razones para su observancia. Es suficiente sólo con que Dios lo haya ordenado. No se trata simplemente de una cuestión de fe. Hay también otras consideraciones: una vez que se da una razón para la observancia de la mitzvá, el mandamiento está en riesgo, porque la tentación de manipular y tratar de entender "mejor" la orden es demasiado difícil de resistir. De hecho, esa fue la ruina del hombre más sabio, del Rey Salomón. Por ejemplo, Dios prohibió que los reyes tengan demasiadas esposas, y la razón que Él dio fue: "para que no se desvíe su corazón".4 Salomón racionalizó que él podía dominarlo, que él no permitiría que nadie lo corrompiera. Sin embargo, en su ancianidad, sus esposas trajeron la tragedia a su reinado. Si eso fue lo que ocurrió con el Rey Salomón, que se distinguió por ser el hombre más sabio de la tierra, ¿qué podemos esperar nosotros si tratamos de ser "más inteligentes" que la Torá?

Todo esto nos enseña que nunca debemos tenernos demasiada confianza; nunca debemos creer que las disciplinas de la Torá no se aplican en nuestro caso, que podemos dominar las infinitas tentaciones de nuestra sociedad del siglo XXI y no sucumbir. Es fácil perdernos en el camino, pero muy difícil y doloroso encontrar el camino de regreso. Si este mensaje fue relevante en algún momento, es en la actualidad. Nuestro mundo está en caos y nosotros somos pequeños ante nuestro Creador. No tratemos de ser más inteligentes que Su Torá.

LECCIONES QUE DEBEMOS APRENDER

La Torá no soporta la arrogancia. Dios dijo: "No hay lugar para mí en el corazón arrogante". Sin embargo, la arrogancia es un riesgo laboral para un monarca y es la ruina para muchas personas en cada generación, incluso en la actualidad. Para inmunizarse ante la enfermedad, al rey se le ordenó escribir dos Rollos de la Torá,5 a uno debe llevarlo todo el tiempo en su brazo derecho, y al otro debe guardarlo en su tesoro. Estos rollos de la Torá estaban allí para recordarle que pese a lo elevada que pueda ser su posición, y sin importar cuánta riqueza posea en sus tesoros, sigue subordinado a los mandamientos de la Torá, porque él es antes que nada un siervo de Dios.

En nuestra generación, en la cual es tan fácil verse atrapado por el éxito y por todas las atracciones de nuestra cultura, debemos recordar que, así como la Torá le permitió al rey de Israel cumplir su misión con humildad, también nosotros podemos cumplir nuestro propósito y lograr no embriagarnos de arrogancia si nos mantenemos enfocados en la Torá. De esta ley para los reyes debemos aprender a mantener siempre presente la Torá para no olvidar nunca el verdadero propósito de nuestra vida y la fuente de nuestro éxito.

TODOS SOMOS REPSONSABLES

Al final de nuestra parashá, encontramos un mandamiento sorprendente. Si se encuentra un cadáver abandonado en el campo, los ancianos de la ciudad más cercana al lugar donde se encontró el cuerpo deben salir y declarar: "Nuestras manos no derramaron esta sangre y nuestros ojos no han visto".6

A primera vista, esta declaración de los sabios parece absurda. ¿Acaso alguien podría llegar a imaginar que los ancianos asesinaron a esa persona? Pero aquí la Torá nos enseña una lección profunda y eterna. Los líderes son responsables. Ser un líder en Israel no es un asunto de honor o prestigio. Más bien es una carga impresionante que convierte al líder en el responsable de todo lo que ocurre bajo su guardia. Asimismo, los padres son responsables por sus hijos; los maestros por sus alumnos y todos somos responsables los unos por los otros. Por lo tanto, si se encuentra una persona muerta y abandonada, y nadie le ofreció comida, albergue o la escoltó en su camino, entonces en esa comunidad hay algo que está muy mal. Los líderes deben analizarse a sí mismos, a su comunidad y a su sociedad para determinar si fueron culpables de negligencia.

Si ese es el caso cuando la vida física de una persona está en riesgo, ¡cuánto más debe serlo cuando se trata de la vida espiritual! En nuestro mundo contemporáneo, desaparecen multitudes de personas debido a la asimilación. ¿Qué hacemos al respecto? ¿Cuántos podemos dar realmente testimonio de que les ofrecemos la nutrición espiritual y el refugio de nuestra Torá?

Sí, todos somos los guardianes de nuestros hermanos. Sí, todos somos responsables los unos por los otros.


NOTAS

  1. Deuteronomio 17:15
  2. Salmos 16:8
  3. Samuel I 8:5
  4. Deuteronomio 17:17
  5. Ibid. 17:18
  6. Ibid. 21:1-7
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