El sentido del sacrificio

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Vaikrá (Levítico 1-5 )

Al referirse a la obligación de ofrendar sacrificios, la Torá se aleja de la expresión usual que usa para referirse a un hombre como ish, y en cambio usa la palabra adam. El pasaje también comienza con el verbo en forma singular: iakriv (él traerá), y continúa con la forma plural: takrivu (traerán). Hay una razón profunda en la elección de estas palabras, porque cuando una persona lleva un sacrificio a Dios debe seguir el ejemplo del primer hombre, de Adam, cuyas ofrendas no tenían ninguna imperfección, estaban libres de cualquier mancha de deshonestidad. Dado que él era la única persona en el mundo, no había nadie a quien hubiera podido engañar o de quien hubiera podido sacar ventaja.

Tratamos de racionalizar el engaño y la deshonestidad de muchas formas. Cuando permitimos que la arrogancia tome el timón de nuestra vida y nos sentimos superiores a los demás, también nos convencemos de que nuestras necesidades son mayores que las de ellos y, por lo tanto, que tenemos derecho a aquello que les pertenece. Esta es otra razón por la que al instruirnos sobre los sacrificios, la Torá se refiere al individuo como Adam, para evocar el recuerdo del primer hombre que, en virtud de haber sido el primero y el único, no pudo ser culpable de esa clase de racionalizaciones. Así como Adam entendió que todo lo que poseía venía de Dios, también nosotros debemos tomar consciencia de esto y acercarnos a Dios con las manos limpias. Como escribió el salmista: ¿Quién puede ascender la montaña de Dios…? Quien tiene las manos limpias y un corazón puro…(1)

La palabra para sacrificios es korvanot, que deriva de la palabra karov, acercarse. Esto nos enseña que si deseamos renovar nuestra relación con nuestro Padre Celestial debemos estar dispuestos a sacrificarnos por Su bien, y si lo hacemos descubriremos que cuanto más damos de nosotros mismos, más cerca de Dios nos sentimos.

HACER QUE SU VOLUNTAD SEA TU VOLUNTAD

En la egocéntrica cultura actual, nos convencieron que la prioridad es asegurar nuestra propia felicidad. El sacrificio, renunciar a uno mismo, se convirtió en un concepto extraño. Muchas personas viven para sí mismas y se enfocan sólo en sus propias necesidades. A menudo, esos padres no se sacrifican por sus hijos y esos hijos no se sacrifican por sus padres. Esto ocurre en todas sus relaciones, incluso entre marido y mujer.

Sin embargo, esto se evidencia mucho más en la relación con Dios. Las personas le exigen cosas, pero no están dispuestas a devolverle nada. "¿Por qué? ¿Por qué?", preguntan cuando las cosas no salen como esperaban… ¿Nunca se les ocurrió que, quizás, Dios también se pregunta por qué? "¿Por qué no cumpliste Mis mandamientos? ¿Por qué abandonaste Mi Torá?”.

Pero nunca oyen el "por qué" de Dios y sólo escuchan su propio llanto.

Revisemos nuestros corazones y nos preguntemos: ¿Qué piensa Dios de mí? ¿En qué nivel estoy? ¿Cuánto sacrifiqué por Su bien? ¿Su voluntad es mi voluntad? Si no te sientes tan cerca de Dios como te gustaría, si no sientes que la fe motiva tu vida, pregúntate: ¿Le ofrecí mi corazón? ¿Me he sacrificado?

TODOS PODEMOS HACER UNA DIFERENCIA

La pregunta sigue en pie: ¿Por qué hay un cambio de la forma singular al plural cuando la Torá habla sobre las ofrendas? También aquí hay una lección para todas las generaciones. El pasaje comienza en la forma singular porque cuando un hombre peca, cree que sus transgresiones sólo tienen un impacto sobre él. Pero la Torá nos enseña que lo que hacemos como individuos tiene un impacto en todos y en todo lo que nos rodea. Por eso nuestros Sabios comparan nuestro predicamento como nación a los pasajeros de un barco. Si una persona hace un agujero debajo de su asiento, es en vano que proteste: "Es mi problema, ¡El agujero está debajo de mi asiento!". Su agujero "personal" llevará a que se hunda todo el barco con todos sus pasajeros. También lo opuesto es cierto. El arrepentimiento y las mitzvot no sólo nos elevan como individuos, sino que también enriquecen a nuestra comunidad, a nuestra nación.

El pasaje comienza en singular y termina en plural para recordarnos que nuestras familias y nuestras comunidades sólo son tan fuertes como los individuos que las componen. Esta es una lección que puede ayudarnos en nuestra búsqueda de sentido y puede validar nuestra vida. Todos necesitamos hacer una diferencia, pero a menudo nos sentimos inútiles en nuestro anonimato y nos preguntamos qué impacto podríamos tener. La Parashat Vaikrá nos recuerda que con cada palabra, con cada esfuerzo, tenemos el poder de elevar o rebajar al mundo. Si tenemos esto en cuenta, nos resultará más fácil enfrentar los desafíos de la vida con honor y dignidad.

EN LA HUMILDAD ENCONTRAMOS LA VERDADERA GRANDEZA

La parasha comienza con las palabras: “VAIKRá el Moshé” – “y [Dios] llamó a Moshé…”. En el rollo de Torá, la letra alef de la palabra vaikrá se escribe de un tamaño menor al del resto de las letras de la Torá, lo que enseña que Moshé tenía consciencia de su falta de méritos para ser llamado por Dios. La palabra vaikrá, sin la alef, significa que Dios habló casualmente con Moshé, no que lo llamó con amor. Debido a su humildad, Moshé escribió una alef pequeña, implicando que no merecía ser llamado.

Moshé fue el hombre más humilde de la historia. Pero, paradójicamente, también fue el más grandioso. La verdadera humildad no implica no confiar en uno mismo ni ignorar los talentos que Dios nos dio, sino que es una afirmación de esos dones Divinos. Comprender que Dios nos dio todo lo que poseemos y que debemos utilizarlo con sabiduría y devolverlo intacto es una lección de humildad.

Un gran sabio ilustró este concepto al comparar a la persona con una mujer pobre que pide prestado un hermoso vestido de fiesta para usar en una boda. Ella no puede ser arrogante respecto al vestido, por más bonito que sea, porque sabe que no le pertenece y que pronto deberá devolverlo en perfecto estado. Así también los regalos que Dios nos dio son un préstamo, y entenderlo genera humildad. Moshé nunca lo olvidó, por lo que fue la persona más humilde de la historia. Debemos tener en mente que los dones que recibimos no son un regalo para que nos enaltezcamos, sino para el beneficio de la humanidad. Si entendemos que lamentablemente los usamos mal o abusamos de ellos, también comprenderemos lo desubicados y tontos que son los sentimientos de arrogancia.


NOTA

1. Salmos 24:3-4.

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