El vacío que dejan los que mueren

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Jukat (Números 19:1-22:1 )

En esta parashá mueren dos gigantes espirituales: Aharón y Miriam. Tras sus muertes, la nación enfrentó calamidades. Después de la muerte de Aharón está escrito: El rey canaanita de Arad oyó… y le libró la guerra a Israel”.1 Preguntan nuestros Sabios: ¿Qué fue exactamente lo que oyó el rey que lo motivó a salir a la guerra contra nuestro pueblo? Una de las respuestas es que escuchó que había muerto Aharón, el Sumo Sacerdote, y la subsiguiente partida de las Nubes de Gloria que acompañaban al pueblo judío en mérito de Aharón. Pero la pregunta sigue sin respuesta: ¿Por qué la muerte de Aharón volvió vulnerable a la nación para ser atacada y provocó que partieran las Nubes de Gloria?

Pirkei Avot describe a Aharón como alguien que "ama la paz y persigue la paz, ama a las criaturas y las acerca a la Torá".2 Aharón siempre se ocupaba de resolver toda clase de peleas. Cuando escuchaba que dos personas estaban enfrentadas, se acercaba a una de ellas y le decía: "Tu amigo dijo que toda la pelea fue por su culpa y realmente lo lamenta". Luego, Aharón iba a la otra persona y le decía lo mismo. Entonces, cuando estas dos personas se encontraban, se abrazaban y volvían a ser amigos. Por esta razón toda la nación lloró cuando Aharón murió.3

Con la muerte de Aharón quedó un terrible vacío. ¿Quién haría paz entre los hermanos, los vecinos, los esposos? Cuando murió Aharón comenzaron nuevamente las discusiones y eso provocó que partieran las Nubes de Gloria, que representaban el espíritu de Hashem, dejando a la nación vulnerable a un ataque.

La parashat Jukat se lee en el mes de tamuz, el mes que vaticina desastre para nuestro pueblo; el mes en que se abrió una brecha en las murallas de Jerusalem, lo que culminó con la destrucción de los Templos Sagrados. La raíz de esta y de todas las tragedias subsecuentes que sufrió al pueblo judío es el odio infundado. Este odio infundado hizo que nos abandonaran las Nubes de Gloria, la presencia de Dios; y el amor, ejemplificado por los actos de jésed entre los judíos, es lo que nos da el mérito de que la Presencia de Dios esté entre nosotros.

Este simple pero complejo mensaje de Aharón es sumamente necesario en nuestras familias y comunidades fragmentadas y desgarradas. Si tan sólo siguiéramos el ejemplo de Aharón, disiparíamos el enojo que creó los espantosos muros de hostilidad que nos destruyen.

LA GRATITUD

En contraste con lo que la Torá nos cuenta que ocurrió con Aharón, por quien lloró toda la nación, respecto a la muerte de Miriam (que había ocurrido antes) no hay ninguna mención de duelo. Sólo está escrito: “no hubo agua para la congregación”.4 A veces el silencio habla más fuerte que las palabras, y el silencio que debe llamarnos la atención aquí es la ausencia de duelo y llanto. Dios le negó agua a la nación para que entendieran que el agua fresca del pozo en el desierto se debió exclusivamente al mérito de Miriam. Durante los largos y duros años de la esclavitud en Egipto, Miriam fue quien imbuyó fe en la nación. Ella arriesgó su vida para salvar las vidas de los bebés judíos; hizo guardia para ver qué pasaba con el bebé Moshé que flotaba en una canasta en el Nilo y convenció valientemente a la hija del Faraón para que le confiara el bebé a Iojéved, la madre de Moshé. Cuando se partió el Mar de los Juncos, Miriam inspiró a las mujeres para que elevaran alabanzas a Dios con bailes y cánticos de agradecimiento.5 ¿Cómo es posible que el pueblo la olvidara? Por desgracia esa es la naturaleza humana: cuando pasa el tiempo es fácil olvidar. Hay una expresión que le habla a toda generación: "¿Qué hiciste por mí en los últimos tiempos?"

Con la muerte de Miriam, Hashem le recordó al pueblo uno de los pilares de la fe judía: hakarat hatov, gratitud. Ellos tenían que recordar que fue en mérito de Miriam que recibieron agua en el desierto. Para que lo entendieran, cuando murió Miriam perdieron el pozo de agua. El pueblo tuvo que buscarlo para que ellos y sus descendientes siempre recordaran este principio básico de hakarat hatov.

Nunca debemos olvidar cualquier bondad que hayamos recibido, incluso si ocurrió hace siglos. Hasta hoy en día nos reunimos en la mesa del Séder y recordamos con gratitud ese momento tan lejano en el que Dios nos sacó de la esclavitud egipcia. Cantamos Daieinu y enumeramos en detalle todas las bendiciones que Dios nos dio. No sólo en la noche de Pésaj se nos alienta a agradecerle a Dios por sus bendiciones, sino también en nuestras plegarias diarias. No podemos ignorar ningún aspecto de la vida, desde el más físico hasta el más espiritual, desde el más simple hasta el más complejo. Le agradecemos a Dios por todo.

Por desgracia, a menudo esas expresiones de agradecimiento son sólo palabras vacías, sin ninguna intención o sentimiento. Sería muy bueno tomarnos unos momentos cada día para pensar en los muchos regalos que Dios nos da, así como en las bondades que nuestra familia, amigos y otros hicieron por nosotros. El pozo de Miriam es un testimonio eterno de nuestra deuda. No debemos dar nada por sentado, sino que tenemos que contar nuestras bendiciones. Si tan sólo lográramos absorber esta simple enseñanza, nuestra vida tendría mucho más significado. Las personas que tienen consciencia de sus bendiciones están felices y satisfechas. En contraste, los ingratos no saben lo que es la paz, porque en lugar de apreciar sus propios regalos siempre miran con envidia a los demás. Si lo pensamos, llegaremos a entender que vivir de acuerdo con los valores de la Torá es para nuestro beneficio, mientras que negarlos es para nuestro detrimento y desgracia.

UNA FE INQUEBRANTABLE

La parashá comienza diciendo: “Este es el decreto de la Torá… y que tomen para ti una pará adumá (vaca bermeja)…”6 La pregunta obvia es: ¿Por qué antes del mandamiento sobre la vaca bermeja encontramos estas extrañas palabras: Este es el decreto de la Torá? Podría haber dicho simplemente: “Este es el decreto de la pará adumá”.

Aquí hay una profunda enseñanza. Así como las leyes de la pará adumá, que a la vez puede purificar y contaminar, están fuera de la compresión humana, también todas las leyes de la Torá (incluso los mishpatim, las leyes que apelan a nuestra inteligencia humana, como No robarás”) tienen elementos que son inexplicables.

El Rey Salomón fue el hombre más sabio de la humanidad, y él proclamó: “Todo esto puse a prueba con sabiduría, pensé que lo entendería, pero está lejos de mí”.7 El Rey Salomón no hablaba sólo sobre las leyes de la vaca bermeja, las que no pudo entender, sino que su declaración fue que toda la Torá está fuera del alcance de la comprensión humana. Y esa es precisamente la razón por la que es Torá, la palabra de Dios. Nosotros, que somos seres finitos, no podemos esperar entender lo infinito.

Uno podría argumentar que tenemos toda una responsa sobre taamei hamitzvot, las razones de las mitzvot. Pero debemos saber que taamei hamitzvot no significa realmente las "razones de los mandamientos", sino un sabor de ellos. Por ejemplo, cuando una madre alienta a su hijo a comer y le dice: "Pruébalo, es delicioso", ¿ella quiere que el niño coma la comida porque tiene buen sabor o para que el niño se beneficie de su contenido nutricional? La respuesta es obvia. Así también nuestros Sabios nos dieron táam, un sabor de las mitzvot, pero esa no es la razón fundamental para cumplirlas.

A través de la sabiduría de nuestros Sabios, a través de nuestro estudio, podemos entender mejor la majestuosidad, la santidad y las bendiciones de la Torá, pero debemos recordar que las razones definitivas de las mitzvot están fuera de nuestro alcance.

Finalmente, para que nuestra relación con Dios y nuestra observancia de los mandamientos sobrevivan la prueba del tiempo, deben estar enraizadas en una fe inquebrantable. La mayor parte de la vida es desconcertante; la muerte, la enfermedad y el dolor son parte integral de la vida diaria y, al igual que la vaca bermeja, están más allá de nuestro entendimiento, pero nuestra fe nos sostiene y nos permite seguir viviendo.

Así como un bebé es incapaz de comprender por qué sus padres lo llevan al médico, lo ponen a dormir y lo disciplinan, nosotros no podemos saber por qué nos ocurren ciertas cosas. En comparación a Dios, ni siquiera somos bebés. Pero pese a esta falta de entendimiento, el bebé confía implícitamente en sus padres y entraría en pánico si estuvieran ausentes. De la misma forma, ¿no deberíamos confiar en nuestro Padre Celestial tal como el bebé confía en sus padres? En el Sinaí aceptamos la Torá y proclamamos naasé venishmá - cumpliremos las mitzvot y estudiaremos la Torá. Esta declaración inequívoca de cumplimiento y estudio sentó las bases de nuestra relación con Dios.

Cuando atribuimos nuestras propias razones al cumplimiento de los mandamientos, también los ponemos en riesgo, porque las razones son debatibles. Todavía más, lo que nos atrae hoy mañana puede perder el atractivo. Nuestro compromiso debe estar por encima de nuestro razonamiento humano. Debe ser constante, inmutable y firme. Entonces, ¿por qué cumplimos los mandamientos? Porque “Zot jukat haTorá - este es el decreto de la Torá”. Este es el decreto de Dios.

FE INEQUÍVOCA

La necesidad de esta fe inequívoca queda en evidencia en toda la parashá: mueren la profetiza Miriam y Aharón, el Sumo Sacerdote; a Moshé, el fiel pastor del pueblo judío, se le niega el derecho a entrar a la Tierra Prometida. Nuestro entendimiento humano puede rebelarse contra estos decretos que parecen crueles, pero ¿quiénes somos para cuestionar la voluntad de Dios? Toda la Torá es como las leyes de la vaca bermeja, toda la Torá está más allá de los límites de nuestro entendimiento finito. ¿Cómo podría ser diferente siendo la palabra de Dios?

Esta enseñanza es especialmente relevante para nuestra generación, porque si bien nos enorgullecemos de nuestra perspicacia intelectual, nos quedamos muy cortos en nuestra fe. Carecemos de energía espiritual y ante la menor crisis colapsamos y nos enojamos, nos amargamos y nos alejamos. Tontamente le cerramos la puerta a nuestra única fuente de ayuda, a Dios, y sentimos que nos vemos forzados a caminar solos por los oscuros y peligrosos callejones de la vida.


NOTAS

1. Números 21:1.
2. Ética de los padres 1:12.
3. Números 20:29.
4. Ibíd. 20:2.
5. Éxodo 15:20.
6. Números 19:2.
7. Eclesiastés 7:23.

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