Las bendiciones continúan

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Vezot Habrajá (Deuteronomio 33-34 )

En esta, la última parashá de los Cinco Libros de la Torá, Moshé continúa con la tradición del patriarca Iaakov y bendice a cada tribu. Tal como el patriarca comenzó su bendición con la palabra "zot – esta", también Moshé comenzó su bendición con la palabra zot. Tal como el patriarca Iaakov le habló a cada tribu de forma individual y le encargó a cada una su misión singular, también Moshé le habló a cada tribu para definir su rol especial y la contribución que debía efectuar para completar el gran mosaico del pueblo judío.

Es una bendición que alguien te ayude a definir el propósito de tu vida y delinee las contribuciones que puedes hacer para el bien de tu pueblo. Antes de morir, tanto Moshé como Iaakov pudieron hacer eso por sus hijos y discípulos. En sus bendiciones, Iaakov y Moshé predijeron el futuro. Sus bendiciones fueron tan poderosas que trascendieron los siglos y nos acompañan hasta la actualidad. Hoy, cuando bendecimos a nuestros hijos, invocamos las palabras del patriarca Iaakov y la bendición sacerdotal que Dios le otorgó a Aharón. De esta forma, nuestros hijos se convierten en otro eslabón de la cadena interminable que se remonta hasta la génesis de nuestra historia.

LA SINGULARIDAD DEL PUEBLO JUDÍO

Antes de ofrecer sus bendiciones, Moshé habló sobre la grandeza de la nación judía y enumeró los méritos que les permitieron ser el pueblo elegido de Dios. De Moshé aprendemos la importancia de referirnos a los buenos actos de una persona antes de darle una bendición, para que Dios mismo coloque Su sello de aprobación sobre la brajá.

Moshé recordó que Dios le ofreció la Torá a todas las naciones, y todas la rechazaron después de saber lo que la Torá les pedía. Aunque todas las naciones fueron consultadas, Moshé sólo mencionó a Esav y a Ishmael. "Hashem vino de Sinaí, habiendo resplandecido para ellos desde Seír, habiéndose manifestado desde la montaña de Parán…"1 (Seír y Parán era donde habitaban Esav e Ishmael). ¿Por qué la Torá se focaliza sólo en estas dos naciones e ignora a todas las otras que también rechazaron la oferta de Dios?

Esav e Ishmael deberían haber entendido mejor de qué se trataba, porque ellos fueron criados en hogares de Torá. Esav era el hijo de Itzjak y Rivká y también tuvo el privilegio de conocer a su abuelo, Abraham. Además, él era el gemelo de Iaakov, el paradigma de la Torá, y podría haber aprendido de él. Sí, debería haber entendido mejor. Debería haber respondido afirmativamente a la convocatoria de Dios.

También Ishmael era culpable, porque él creció en el afectuoso hogar de Abraham y Sará; sin embargo, él escogió el arco, la flecha y el robo por encima de las enseñanzas de su padre. Tanto Esav como Ishmael se rebelaron y despreciaron su herencia espiritual, y transmitieron esa rebelión y ese desprecio a las futuras generaciones.

Por eso, cuando Dios invitó a sus descendientes a que aceptaran la Torá, ellos preguntaron de qué se trataban esas leyes y al descubrir que eran prohibiciones y disciplinas que frenarían su naturaleza animal, rechazaron de plano la Torá de Dios. De aquí aprendemos que la forma de vida que una persona elige tiene consecuencias de gran alcance que trascienden generaciones y pueden contaminar a sus descendientes.

En contraste, cuando Dios se dirigió al pueblo judío, ellos nunca formularon preguntas. Su aceptación no dependió de nada. Su respuesta automática fue "naasé venishmá". El pueblo judío entendió que sería el colmo de la jutzpá pedirle a Dios que primero les revelara el contenido de Su regalo, la Torá. ¿Cómo pudo alguien atreverse a preguntarlo? Si viene de Dios, debe ser perfecto. El pueblo entendió que sería un privilegio recibir los mandamientos que venían de Dios. Esta es la consciencia que fluye en las venas de nuestro pueblo y lo que nos permitió mantenernos leales a la Torá a lo largo de los siglos y agradecerle humildemente a Hashem por el privilegio de poder servirle.

MOSHÉ MURIÓ Y SIN EMBARGO VIVE

"Vaiamat sham Moshé, eved Hashem… - Y allí murió Moshé, siervo de Hashem, en la tierra de Moab, por la boca de Hashem".2 Nuestros Sabios preguntan: ¿Qué significa "allí murió"? Y responden: "Él sólo murió allí, pero vive en nuestros corazones. Sus enseñanzas están eternamente con nosotros".

Nuestros Sabios también preguntan: "Si Moshé murió, ¿quién escribió los últimos párrafos de la Torá?".

Hay dos opiniones. Una es que hasta ese momento escribió Moshé y que Iehoshúa completó los pasajes finales. La otra opinión es que Dios le dictó las palabras a Moshé y él las escribió con sus lágrimas.

A lo largo de su vida, Moshé fue conocido como "ish Ha Elokim – el hombre de Dios". Pero al confrontar la muerte, su título fue cambiado a "eved Hashem - el siervo de Dios". No puede haber mayor testimonio sobre una persona que el hecho de que sea llamado "eved Hashem". Un siervo no tiene una identidad propia; él pertenece por completo a su amo. Así también toda la vida de Moshé estuvo dedicada a su Amo, su Dios.

Además, en contraste con otros miembros de una casa real, el siervo tiene acceso a las recámaras internas del rey en todo momento. También Moshé podía comunicarse con Dios en todo momento, hablar con Él cara a cara, y ahora, en su muerte, al abandonar la barrera de su ser físico, recibió este nuevo título: "siervo de Dios", y fue invitado a entrar a las recámaras internas de Hashem, el Rey.

Moshé murió "por la boca de Dios". Esto significa que Dios le quitó el alma con un beso Divino. Dios mismo enterró a Moshé y hasta el día de hoy nadie sabe el lugar exacto en el que fue enterrado.

LA ÚLTIMA LETRA

La última palabra de la Torá es "Israel", lo que nos enseña que la Torá fue entregada por el bien de Israel, del pueblo judío. La última letra de la Torá, lamed, también es instructiva. Si combinamos la letra lamed con la primera letra de la Torá, bet de Bereshit, obtenemos la palabra "lev – corazón". Toda la Torá, desde el comienzo hasta el final, fue entregada para refinar nuestros corazones y convertirnos en los compasivos y misericordiosos hijos de Dios.


NOTAS

  1. Deuteronomio 33:2

  2. Ibid. 34:5   

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