Reconocer la verdad

2 min de lectura

Vaietzé (Génesis 28:10-32:3 )

En la parashá de esta semana descubrimos cómo podemos desarrollar nuestro potencial espiritual y darle más sentido a nuestra vida. La Torá nos dice que siguiendo el consejo de sus padres, Iaakov partió de la Tierra de Israel y fue a buscar una esposa en la ciudad de Jarán. A continuación, el versículo dice: Vaifgá bamakom - se encontró con “el Lugar”.1 Este uso inusual de la palabra makom (lugar) nos enseña que camino a Jarán, Iaakov se dio cuenta que había olvidado detenerse en el Monte del Templo, donde habían rezado su padre y su abuelo. Para rectificar su error, giró de inmediato y volvió al sitio del futuro Beit HaMikdash.

Para valorar lo increíble que es esto, imagina cómo reaccionarías en la siguiente situación: al regresar de Israel, agotado y exhausto, tras haber sobrevivido un ataque terrorista (Iaakov se acababa de salvar de un intento de asesinato en manos de un hijo de Esav), mientras esperas tu equipaje en el aeropuerto de tu ciudad te das cuenta de que olvidaste rezar en el Muro Occidental. ¿Cambiarías los planes de inmediato y volverías, teniendo en cuenta que el Hamás y sus secuaces te esperan ansiosos, tal como Esav y su clan esperaban a Iaakov?

El atributo de Iaakov era emet (verdad) y él estaba más que nada comprometido con la búsqueda de esa verdad, incluso si eso implicaba una travesía ardua y peligrosa. O si implicaba reconocer sus errores. Podemos apreciar la increíble fortaleza de carácter de Iaakov cuando contrastamos su reacción con la de su hermano Esav. En la parashá de la semana pasada, Esav le vendió a Iaakov la primogenitura a cambio de una olla de lentejas, pero su arrogancia no le permitió admitir que había actuado de forma tonta e impulsiva. Por eso, en vez de hacer teshuvá (arrepentirse), se sumergió en más mentiras y rechazó su primogenitura expresando desprecio hacia ella.2

La capacidad de reconocer los propios errores y defectos es lo que eleva a la persona. Lo que nos condena no son tanto los errores que cometemos, sino la forma en que reaccionamos ante ellos, y esa es la importancia de la teshuvá. Cuando Dios ve que estamos decididos a embarcarnos en Su camino, Él nos espera a mitad del camino, viene en nuestra ayuda y hace milagros para nosotros. Por eso, cuando Iaakov admitió su error y expresó su deseo de volver, Dios acortó su camino y el Monte del Templo apareció ante él. Iaakov encontró “el Lugar”. Esta capacidad de admitir el emet, reconocer los errores propios y hacer teshuvá es lo que distingue a las personas grandiosas del resto del pueblo.

Los reyes de Israel descienden de Iehudá porque él tuvo la fortaleza de admitir abiertamente que se había equivocado. Asimismo su descendiente, David, le confesó al profeta Natán: “He pecado ante Hashem”.3 Estas palabras de David inspiraron a las personas a través de los siglos. En estos tiempos difíciles, cuando se nos desafía a examinar nuestras vidas, sería bueno seguir el ejemplo de Iaakov, de Iehudá y de David, y reunir el coraje para decir: "Me equivoqué. ¡Aprenderé de mis errores! Volveré en teshuvá y haré mi parte para que el mundo sea un lugar mejor". Si lo hacemos, podemos esperar que Dios haga milagros para nosotros, milagros que facilitarán nuestro camino tal como lo hizo para Iaakov, y también nosotros encontraremos “el Lugar”.


NOTAS

1. Génesis 28:11.

2. Ibíd. 25:34.

3. Samuel II 12:13.

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